"Somos familias que antes que estar en la calle recuperamos casas para meternos en ellas"

Salvador, Carmen y Lorena, en el edificio de viviendas del Banco Sabadell en el que viven desde hace unos meses.
Salvador, Carmen y Lorena, en el edificio de viviendas del Banco Sabadell en el que viven desde hace unos meses.
JORGE PARÍS
Salvador, Carmen y Lorena, en el edificio de viviendas del Banco Sabadell en el que viven desde hace unos meses.

La escalera del edificio de cuatro plantas y once viviendas es un continuo ir y venir de vecinos, en torno a una docena, la mitad de ellos adultos, la otra mitad chiquillos. Los primeros andan afanados en el llenado de un depósito de agua con el que surtir de garrafas a cada vivienda. El preciado líquido llega del bloque de enfrente, a través de una manguera transparente que cruza —de lado a lado— la estrecha calle del corazón vallecano. Un gesto solidario de la vecina para con estas seis familias desahuciadas que hace cuatro meses okuparon un edificio en desuso con la Plataforma de Afectados de la Hipoteca de Vallecas.

Ellos no se consideran okupas en este bloque propiedad del Banco Sabadell. Okupas eran, según dicen, quienes entraron antes y destrozaron las viviendas por dentro para robar hasta el cobre de los cables, como muestran los boquetes que perforan algunas paredes del portal. "Nosotros somos familias que antes que quedarnos en la calle recuperamos casas para meternos dentro con la finalidad de lograr un alquiler social", reivindica Lorena, la vecina del bajo.

Las puertas de casi todos los pisos permanecen abiertas a los descansillos comunitarios. En la pared del ascensor varado hay un papel pegado con los turnos de limpieza de la escalera. Los chiquillos de las ausentes quedan al cuidado del grupo. "No nos conocíamos y hemos formado una gran familia", explica Carmen, la vecina del primero. Todos llevan consigo, colgando del cuello o en la mano, el conjunto de llaves que abre una vivienda y las zonas comunes, como un tesoro del que no quisieran tener que desprenderse.

Lorena y Diego, los vecinos del bajo

Él es murciano, ella ecuatoriana y juntos tienen dos hijas pequeñas. Vivían de alquiler en el barrio hasta que no pudieron pagar más y les echaron. Pidieron ayuda a los servicios sociales y al Ivima, del que no consiguieron nada. "Una amiga me habló de la PAH y fuimos a una de las reuniones", explica Lorena, la madre. "Cuando llegué la primera vez me quería morir, me daba una vergüenza enorme contar cómo estábamos. Pero allí te escuchan y te dicen que estés tranquila y gracias a ellos perdimos el miedo".

Lorena y Diego reniegan de la consideración de okupas, que ellos mismos asocian a delincuentes. "Nosotros somos familias que antes de vernos en la calle recuperamos casas con la finalidad de lograr un alquiler social". Por si quedaran dudas, Diego apostilla: "Nosotros no queremos ir de aquí a okupar otra vez. Lo que queremos es que nos escuchen, que nos hagan caso y poder tener un alquiler social".

Diego ha pintado de azul y blanco las paredes del bajo que ocupa la familia. Han colgado algunos cuadros, pero todavía no tienen ni una cama. Duermen en colchones desde hace meses. Y siguen sin trabajo. Su situación les pudo hundir, pero sus hijas y la comunidad recién creada entre los miembros de la PAH Vallecas, que les ha despertado al activismo, les levanta el ánimo.

"Si vas solo, los bancos te comen, pero si vas con más gente puedes conseguir algo", dice Lorena. Ellos de momento confían en emular a otros desahuciados que, apoyados por la PAH, han conseguido arrancar a las entidades financieras el compromiso de una alternativa de vivienda social. Y ahí siguen, llenando garrafas de agua para llevar a su vivienda, mientras esperan noticias de la negociación con la propiedad.

Carmen y Salvador, los del primero

Carmen tiene 49 años y Salvador, 58. Tienen un hijo de 16. Son del barrio de toda la vida, de dos calles más abajo, pero se vieron sin casa por un desahucio. "Yo padezco de vértigos y no puedo trabajar", explica Carmen. Su marido lleva 24 meses, "demasiados", sin encontrar quien le dé un empleo. Y toma, a diario, seis pastillas para la tensión.

"La asistente social nos ofreció ir a un albergue municipal a pasar las noches. Y enviar al niño a un colegio tutelado. Yo a mi hijo, con lo bueno que es, no lo dejo en un colegio así. Y nosotros después de dormir ¿qué? ¿Todo el día en la calle? Eso no era una solución", explica Carmen.

Su piso en este bloque vallecano está impoluto. Dos dormitorios con las camas hechas, con colchas de colores vivos. Parco en decoración, el salón tiene lo justo. Dos sofás, dos sillas, una pequeña mesita cubierta con un tapete de ganchillo blanco, un televisor de los antiguos y un ventilador. Salvador dormita la siesta descamisado, que hace mucho calor, pero se arropa ante la visita inesperada. Algo no inusual en un edificio en el que todos viven con todos y para todos. "No nos conocíamos de nada y hemos formado una gran familia", explica Carmen.

Ellos quisieran que les dejasen "un alquiler baratito" que poder pagar con los "500 euros escasos" que reciben de subsidio. "Que con eso, ahí fuera, pues ya ves tú, ni una triste habitación para los tres. Si te piden ya 300 o 350 euros".

Sonia, la vecina del segundo

Sonia, 35 años, está tan involucrada en la cooperación de la vecindad como el resto, pero es más reticente a aparecer en la prensa de cara. Está en plena campaña de búsqueda de empleo y no quisiera ser reconocida.

Sorprendentemente, fue el mismo director del banco con el que tenían la hipoteca que perdió quien le derivó a la PAH. "Perdí mi empleo cuando finalizó el contrato y mi marido también se quedó en paro. Con la crisis económica, llegó la crisis de la pareja. Se rompió mi matrimonio, pero la hipoteca me tenía prisionera de él y de la situación", explica. Sonia acudió a la PAH a formalizar los papeles para solicitar la dación en pago de su vivienda y allí esta educadora infantil de profesión descubrió la obra social y se volvió activista convencida.

Entrar en el bloque que ahora okupa junto al resto de familias le ha permitido separarse e intentar "vivir una vida tranquila y feliz". Aunque no duda de que su futuro es incierto, confía en que los mediadores de la PAH que negocian con el Banco Sabadell logren arrancarles una solución. "De momento han dicho que van a analizar individualmente cada caso", explica mientras sale de camino a una nueva entrevista de trabajo.

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